Existe una linda tradición en este país, y es conmemorar cada 12 de noviembre el natalicio de la gran poeta Sor Juana Inés de la Cruz con un tal litulado “Día del libro”.
Sor Juana Inés de la Cruz nació en 1648, en plena época hispano-colonial. Hoy no solo es reconocida en México por haber sido una mujer independiente y intelectual – en tiempos que no eran habituales de expresarse y actuar libre siendo mujer. Escribió poemas y comedias que eran bien recibidos y mantenía una propia biblioteca. Una poeta mexicana.
Así que, aprovechando este día como excusa, fui a visitar unas librerías muy especiales – la de los libros viejos en la calle de Donceles en pleno centro de la capital. Son unas tres cuadras que albergan unos almacenes repletos hasta el techo con libros, revistas y más libros. Cuevas, pasillos estrechos, que invitan a explorar sus estantes o columnas de libros superpuestos. Escaleras y taburetes son indispensables.
¿Y con qué salí dos horas después, con dolores de cabeza por haber tenido la cabeza inclinada, revisando ofertas y galerías de libros viejos? Una novela de Héctor Zagal sobre los últimos días del emperador Maximiliano en México. Y un volumen sobre las delegaciones de la Ciudad de México antes y hoy (bueno, yo más bien interesado en las fotos viejas dentro del libro).
[osm_map_v3 map_center= "19.4361,-99.1345" zoom="17" width="95%" height="450" map_border="thin solid " post_markers="1" type="" control="" ]Me topé con una colección interesante sobre la historia de México, unas novelas de Arturo Perez-Reverte, muchas otras de autores desconocidos. Pasé largas filas de literatura científica sobre medicina, religión o ética, pero también obras en francés, inglés y alemán – y no solo novelas, sino también libros de receta de cocina o guías turísticas.
Pero sobre todo me llevé la sensación de haber decubierto unas joyas escondidas de la ciudad, a unas pocos metros del Zócalo. Un mundo que vale la pena adentrarse, aunque sea por tan solo unos pocos minutos sin intención de adquirir algo, y que a Sor Juana Inés de la Cruz le hubiera encantado. Eso sí, ciudado con la cabeza.